EN NUESTRA ÉPOCA LA NOTABLE PRESENCIA DE LA TECNOLOGÍA HA INFLUIDO EL QUEHACER ARTÍSTICO, POPULARIZÁNDOLO Y HACIENDO VER QUE, COMO QUERÍA NIETZSCHE, LA VIDA PUEDE SER UNA OBRA DE ARTE.
El arte y la tecnología son dos rostros de la creatividad humana, dos que además se encuentran estrechamente relacionados, a pesar de las diferencias que en apariencia tienen entre sí. Aquello que hace el arte en no pocas ocasiones se ha logrado gracias a un desarrollo técnico específico, una tecnología cuya existencia permite al artista hacer o dejar de hacer determinada obra. Sí lo condiciona, pero posiblemente también lo incita a trascender esas limitaciones. Igualmente, no son pocos los casos en que los desarrolladores de tecnología se inspiran en el arte para generar nuevos artefactos que faciliten o mejoren nuestra vida cotidiana.
En este sentido, la relación entre una y otra actividad humana podría encontrarse en prácticamente cualquier época, pero sin duda es en tiempos recientes cuando la tecnología posee una presencia, tan persistente, de algún modo tan ineludible, que el arte se ha encargado de incorporarla a sus procesos, tanto como un recurso, un instrumento, como parte del examen de la realidad contemporánea, cuando muchas de nuestras prácticas e interacciones pasan casi necesariamente por un dispositivo tecnológico.
Las proyecciones digitales, el desarrollo del sonido de alta fidelidad, el videomapping, el uso de apps que complementan una exposición o una obra, la transformación del cine gracias a tecnologías como el 3D, la influencia de las redes sociales y su particular forma de comunicación en la literatura y la poesía, son algunas muestras de cómo la tecnología se ha ido filtrando hacia el quehacer artístico, tomando el lugar de los óleos de antaño y en muchos casos generando nuevas formas de aprehender fragmentos de la realidad desde la perspectiva estética.
El arte y la tecnología son dos rostros de la creatividad humana, dos que además se encuentran estrechamente relacionados, a pesar de las diferencias que en apariencia tienen entre sí. Aquello que hace el arte en no pocas ocasiones se ha logrado gracias a un desarrollo técnico específico, una tecnología cuya existencia permite al artista hacer o dejar de hacer determinada obra. Sí lo condiciona, pero posiblemente también lo incita a trascender esas limitaciones. Igualmente, no son pocos los casos en que los desarrolladores de tecnología se inspiran en el arte para generar nuevos artefactos que faciliten o mejoren nuestra vida cotidiana.
En este sentido, la relación entre una y otra actividad humana podría encontrarse en prácticamente cualquier época, pero sin duda es en tiempos recientes cuando la tecnología posee una presencia, tan persistente, de algún modo tan ineludible, que el arte se ha encargado de incorporarla a sus procesos, tanto como un recurso, un instrumento, como parte del examen de la realidad contemporánea, cuando muchas de nuestras prácticas e interacciones pasan casi necesariamente por un dispositivo tecnológico.
Las proyecciones digitales, el desarrollo del sonido de alta fidelidad, el videomapping, el uso de apps que complementan una exposición o una obra, la transformación del cine gracias a tecnologías como el 3D, la influencia de las redes sociales y su particular forma de comunicación en la literatura y la poesía, son algunas muestras de cómo la tecnología se ha ido filtrando hacia el quehacer artístico, tomando el lugar de los óleos de antaño y en muchos casos generando nuevas formas de aprehender fragmentos de la realidad desde la perspectiva estética.